viernes, 1 de mayo de 2009

domingo, 19 de abril de 2009

Aprendiendo a ser mamá


Lunes 13 de abril. La decisión estaba tomada. Cuatro pseudo-preñeces, algunas dudas, miedos y cálculos presupuestarios después, mi roommate y yo finalmente optamos por la sugerencia que la veterinaria hace meses nos había dado: Una OVH para Cuchi, nuestro poodle que no deja de lamerse…

La operación -cuyo nombre completo es ovariohisterectomía- consiste en la extirpación de los ovarios, útero y todo el órgano reproductor interno de “Pelos” (así también la llamo a veces), para lo cual habría que sedarla, dormirla, abrirla, cortarla por dentro y volver a cerrarla, todo un combo para el que yo, como madre novata, no estaba preparada. Sin embargo, los riesgos de no efectuar la cirugía eran más grandes que realizarla: un posible cáncer a largo plazo, inflamación de las mamas, más generación de hormonas por los embarazos psicológicos. Entonces me dije: no hay de otra, alla vamos!.

La semana fue tensa y no podía evitar mirar con cierta pena la zona por la que yo sabía que desfilaría el afilado bisturí del veterinario. La besaba y ella, inocentemente me devolvía el gesto con una pueril lamida… “Inocente de ti, pelos”, pensaba yo, mientras la abrazaba sin muchas ganas de aflojarla. Tuve pesadillas y mi roomate estuvo allí para acallar mis temores; claro, sin nunca dejar de lado su practicidad realista con la que no logro identificarme.

Viernes, llegó el día. Ese fue una jornada ordinaria de trabajo en el que estuve más tensa que cualquier otra… Salí temprano y me fui a casa a intentar dormir un par de horas antes de la cirugía, pues yo sabía que esa sería una noche muuuy larga…

Ingenua, Pelos escuchó la correa y saltó de la emoción por salir a dar un paseo. Pobre! Ni sabía lo que le esperaba al final de la ruta. Mi madre y yo tomamos un camino inusual para que el animal no se de cuenta de hacia donde se dirigían nuestros pasos. 

Al llegar su expresión cambió. Sus profundos ojos vivarachos tenían ahora un signo de interrogación: “¿Por qué venimos al vete mami, si no estoy enferma?” parecían decir…

Lo que vino después fue una pesadilla para la pobre caniche… El simple hecho de pisar la veterinaria ya la estresa demasiado. Subirla a la mesa de revisiones es un escándalo, pues patalea y tiembla como si alguien intentara masacrarla. Pobre de la persona que esté junto a ella en ese momento, porque por la desesperación por saltar araña la espalda y el pecho. El viernes no fue la excepción a este comportamiento…

 

Se le aplicó un sedante para que se calme un poco y yo, médico frustrada, ayude en lo que pude al momento de colocar el suero en su patita y luego al momento de anestesiarla, el momento más impactante para mí…

Sus ojos, siempre brillantes y su lengua siempre activa, poco a poco fueron quedando en pausa. De pronto dio un último parpadeo en el que las fuerzas no le alcanzaron para lograr cerrar sus ojos, que a causa del químico lucían sólidos y mate, como los de los peluches de felpa baratos. Tampoco logró lamerse los labios por última vez y su lengua quedó colgada a un costado.

“Es hora de salir, señora”, me dijo un enfermero, mientras los otros auxiliares amarraban a Cuchi de cada pata, en las cuatro esquinas de la mesa para que quede en posición cubito frontal, de tal forma que puedan operar con tranquilidad.

La lectura a lo largo de la semana de artículos médicos, blogs y foros acerca de la operación, los chistes irreverentes de mi roommate y haber estado con ella hasta lo último de su consciencia me dieron la tranquilidad que necesitaba para poder aprender de la experiencia.

La veterinaria cuenta con un circuito cerrado de televisión, por lo que pude ver casi toda la cirugía. Admito que era un poco chocante ver a mi hija tendida, con su cabeza colgada, sus ojos abiertos y abierta de patas en la mesa de operación, pero también encontré interesante conocer cada paso de la cirugía, así que pregunté lo más que pude y seguí mirando. 

Casi una hora después sale un enfermero y me dice, “mire, este es el útero de su hija”. Y entonces vi parte de las entrañas de Cuchi: un conducto mínimo, como una pequeña tripa, que terminaba en una bolsita. “ese es el útero”, dijo el hombre. Arriba y abajo, dos pequeñas bolitas, que me explicaron luego que se trataba de los ovarios. No es para nada, como aquellos dibujos de los libros de anatomía… Estúpidamente, así me lo imagine…

Cuando la carnicería terminó, la niña aun estaba inconsciente en la mesa, con tremenda cicatriz de seis puntos en su pancita y con el suero aún conectado en su patita izquierda…

Mis dos buenos amigos, Shirlette y Señor H, me acompañaron durante la noche, en la que debía cuidar su pata y su herida y ponerle pañal. Mi compañero y yo nos amanecimos de largo cuidando a nuestra hija… Al salir el sol, logré dormir un poco para continuar con los cuidados, pero eso es parte de otro post…

martes, 31 de marzo de 2009

Perfil criminal


“Hombres, malditos hombres. Siempre nos hacen sufrir, siempre nos hacen llorar”

Estrofa tecnocumbiera

 

Detallista y caballeroso, masculino y seductor. Así, justo así, es un hombre traicionero y aficionado en extremo a las entrepiernas femeninas con y sin dueño… Lo sé, no por mi experiencia en las artes amatorias, sino por mi frecuente contacto con el autodenominado sexo fuerte. Cada vez que veo que un hombre regala flores solo por el hecho de estar en el 2009, que llama insistentemente por teléfono, mensajea como un poseso o pretende tener a su pareja a su lado como colgante de celular, mi mente dice: “desconfía”.

En el transcurso de los últimos años he podido extraer el perfil casi perfecto del traidor… 

a. Lo dicho, detalles en exceso: Flores, chocolates, mensajes, llamaditas a la madrugada y los fines de semana, en estado liboso. Al parecer tratan de remediar su estado de consciencia con cuestiones materiales.

 

b. Exigencias de tiempo: ¿Tus amigas son más importantes que yo? ¿Tu trabajo es más importante que yo? O frases de victima como: “ya no tienes el suficiente tiempo para mí”. Nada es suficiente para su ego, que no se siente lleno con una sola…

c. A mi criterio, esta es la peor: Llorón. No conozco un solo hombre infiel que no lo sea. (De los que conozco, claro está!) No es que esté mal llorar, pienso todo lo contrario y hay pocas cosas que me enternecen más que ver a un hombre dejarlo todo correr por sus mejillas, pero estos seres de esta especie que cito acá son capaces hasta de arrastrarse por perdón o una segunda oportunidad. Como no, si tienen rabo de paja…

Cuando veo a mi alrededor los casos como este, me siento afortunada de que me amen con libertad, con un poco de limón y sal y no con la melosería hipócrita de un hombre que se divide en dos, tres o más… 

jueves, 19 de febrero de 2009

La puta vejez


Definitivamente, la muerte no es la única forma de la que nos podemos alejar de quienes amamos. Existe otra forma, más prolongada e inevitable, que nos espera a todos los que nos animamos a vivir un poco más que la edad promedio. Es casi una enfermedad y se llama vejez…

Todo lo que alguna vez amaste va quedando en el camino, retaceado en forma de recuerdos y nostalgia. Poco a poco, la piel que antes acariciaste se va haciendo pasa, los ojos que antes te miraban con amor de pronto un día dejan de reconocerte y esa persona que antes se reía de tus bromas ya no está en condiciones de escucharte más. 

Entonces llega pronto su olvido y el dolor de saber que esa persona que te ayudaba a hacer los deberes cuando eras niño, que alguna vez cuidó de ti; hoy solo es un remedo, un dibujo arrugado de quién otrora fuera tu amiga, tu compinche, tu abuela.  Una mujer que espera sentada, viendo hacia ninguna parte y con impaciencia que llegue el día de su partida…

Si la vida me lo permite, quisiera morir lúcida y con mis sentidos en funcionamiento, poder disfrutar de mi última bocanada de aire, del último impulso dentro de mi pecho, cerrar los ojos en paz y partir hacia el tunel.

Todo el mar de sentimientos que puede generar un koala en mí… 

domingo, 1 de febrero de 2009

Sentir en exceso


Las pastillas que ingiero diariamente para combatir mis males estomacales, además de dejarme con una sensación de languidez, me han dejado con una estúpida sensibilidad que no logro comprender del todo… Las lagrimas llenan mis ojos como si las aguas de un seco y árido río, de pronto emergieran caudalosa y estrépitamente. Todo me sensibiliza. La noticia de un padre que perdió a sus hijos y esposa y luego los encontró flotando sobre un río, una escena dulce en un libro, dar un regalo, abrazar a mi roommate o sentir el amor de mi perro. Los recuerdos también me juegan sucio y traen a mi, más emociones cargadas de estrógenos, quizá más de lo que me permito sentir a menudo… Ahora mismo, el teclado siente la inminente caída de líquido salobre de mis ojos de mujer.   Pero no es tristeza. Es una extraña mezcla de dolor, con ansiedad y miedo a que de repente el cuento acabe por una o otra razón… Esto de sentir es complejo, a veces se siente demasiado….

 

“Y la hallo sudando lágrimas.

Y la beso penetrando su alma.

Su alma que también es la mía

pintando mi corazón a su antojo.”

                      Noviembre 2006

 

sábado, 17 de enero de 2009

La putita en el espejo

La noche prometía ser distinta… Algunas cervezas de por medio y el vaho caliente de una llovizna constante me decían que aquella noche no traería mayores sorpresas más que las previstas. Bajo la semi oscuridad nublada de una discoteca regular tres cuartos la descubrí. Su cuerpo se movía al ritmo de un reggaeton berreado y sin sentido. Esclava de la euforia, se miraba al espejo frente al que bailaba. Estiraba su cadera, contraía su pelvis hacia su compañera, la que devolvía el gesto con una carcajada sonora. Mientras bailaba se apretaba levemente las tetas y se regalaba a sí misma una mirada putona en el espejo. Con una mano, bajaba un poco su minifalda que gracias al movimiento se elevaba cada vez más hacia su zona peligrosa; con la otra se ahuecaba el cabello y echaba la cabeza hacia atrás, en una especie de simulación del placer que parecía estar buscando.

Una cerveza sería mi pasaje a ella y el mesero, la triste mula que cumpliría mi cometido. La bebida llegó a sus manos con un halagador mensaje sobre los circulares espasmos que recreaba en aquel pedazo de suelo, frente a aquel espejo. De pronto la tuve piel con piel en la pista de baile, nos rozamos de casualidad y puso la nota que hace un momento le había hecho llegar en un de los bolsillos de mi pantalón: “Lo siento, verga es lo que quiero… no me gustan las mujeres”, fue su sentencia…